Presidente James E.
Faust, Segundo Consejero de la Primera Presidencia
“Nuestra más grande esperanza proviene del
conocimiento de que el Salvador rompió las ligaduras de la muerte… Él expió
nuestros pecados con la condición de que nos arrepintamos”.
Mis queridos
hermanos, hermanas y amigos, llego a este púlpito agradecido por la inspiración
y la dedicación de los que construyeron este sagrado, santo e histórico
tabernáculo. Rindo homenaje al presidente Brigham Young, quien demostró su
genio como líder al construir este edificio excepcional y el portentoso órgano.
Al mismo tiempo me regocijo porque, bajo el inspirado liderazgo del presidente
Hinckley, estamos construyendo una magnífica casa de adoración para dar cabida
a una Iglesia que continúa creciendo. Este nuevo edificio es una expresión de
esperanza para la Iglesia en el siglo venidero.
En esta ocasión,
“quisiera hablaros”, como dijo Moroni, “concerniente a la esperanza” 1. Hay
excepcionales fuentes de esperanza que exceden nuestra propia aptitud,
aprendizaje, fortaleza y capacidad. Entre ellas está el don del Espíritu Santo.
Por medio de la prodigiosa bendición de este miembro de la Trinidad, “podremos
conocer la verdad de todas las cosas” 2.
La esperanza es el
ancla de nuestras almas. No sé de persona alguna que no tenga necesidad de
tener esperanza: jóvenes o mayores, fuertes o débiles, ricos o pobres. Como
exhortó el profeta Éter: “de modo que los que creen en Dios pueden tener la
firme esperanza de un mundo mejor, sí, aun un lugar a la diestra de Dios; y
esta esperanza viene por la fe, proporciona un ancla a las almas de los hombres
y los hace seguros y firmes, abundando siempre en buenas obras, siendo
impulsados a glorificar a Dios” 3.
Nefi amonestó a los de
su época: “Por tanto, debéis seguir adelante con firmeza en Cristo, teniendo un
fulgor perfecto de esperanza y amor por Dios y por todos los hombres. Por
tanto, si marcháis adelante, deleitándoos en la palabra de Cristo, y
perseveráis hasta el fin, he aquí, así dice el Padre: Tendréis la vida eterna”
4.
Todas las personas en
esta vida tienen sus retos y dificultades. Eso es parte de nuestra prueba
mortal. La razón de algunas de estas pruebas no se puede comprender excepto
sobre la base de la fe y la esperanza, puesto que suele haber un propósito
mayor que no siempre comprendemos. La paz proviene de la esperanza.
Pocas actividades
están más libres de riesgos que el cumplir una misión para La Iglesia de
Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, dado que los misioneros están
literalmente en las manos del Señor. Deseamos que a todos ellos se les pudiera
conservar totalmente fuera de peligro en todo momento, pero eso no es la
realidad. Los misioneros, así como sus familiares y líderes, confían plenamente
en la protección del Señor y, cuando ocurre una tragedia poco común, todos
ellos son sostenidos por el Espíritu de Aquel a quien sirven.
El verano pasado
visité al élder Orin Voorheis en casa de sus padres en Pleasant Grove, Utah. Él
es un joven grande de contextura, apuesto y espléndido, que sirvió en la Misión
Argentina Buenos Aires Sur. Una noche, cuando llevaba unos once meses en la
misión, unos ladrones armados asaltaron al élder Voorheis y a su compañero. En
un insensato acto de violencia, uno de ellos le pegó un tiro en la cabeza al
élder Voorheis. Durante días, él se debatió entre la vida y la muerte,
imposibilitado de hablar, de oír, de moverse e incluso de respirar por su
propia cuenta. Gracias a la fe y oraciones de innumerables personas durante un
largo tiempo, por fin le retiraron del equipo de mantenimiento de vida y le
trajeron a los Estados Unidos.
Tras una prolongada
hospitalización y terapia, el élder Voorheis se fortaleció, pero continúa
estando paralizado y no puede hablar. El progreso ha sido lento. Los padres
decidieron llevar a su hijo a casa y cuidar de él en el entorno de cariño de su
propia familia. Sin embargo, su modesta casa carecía del espacio y del equipo necesarios
para el tratamiento terapéutico. Muchos vecinos, amigos y benefactores llenos
de bondad contribuyeron para agrandar la casa y proporcionarle el equipo de
terapia física.
Si bien el élder
Voorheis todavía está completan ente paralizado e imposibilitado de hablar,
tiene un espíritu maravilloso y responde, con un movimiento de la mano, a las
preguntas que se le hacen. Todavía usa la placa de misionero. Sus padres no
preguntan: “¿Por qué le sucedió esto a nuestro noble hijo, que servía en
obediencia al Maestro?”. Nadie puede responder a ciencia cierta por qué; sólo
que quizá haya en ello un propósito más elevado. Debemos andar por fe.
Recordemos la respuesta del Salvador a la pregunta: “… ¿quién pecó, éste o sus
padres, para que haya nacido ciego?”. El Salvador respondió que no era porque
alguien hubiera pecado, sino para que las obras de Dios se manifestaran en él 5. En lugar de albergar resentimiento, los miembros de la familia Voorheis
inclinan la cabeza y dicen al Señor: “Hágase Tu voluntad. Hemos dado gracias
por él todos los días de su vida y, con la ayuda de los demás, estamos
dispuestos a cuidar de él”.
Mi propósito al
visitar al élder Voorheis era unirnos con su padre, el obispo, el maestro
orientador y otros para darle una bendición de esperanza. Habrá quienes
pregunten: “¿Hay alguna esperanza para el élder Voorheis en esta vida?”. Creo
que hay una gran esperanza para todas las personas. A veces pedimos milagros a
Dios, y éstos suelen ocurrir, aunque no siempre del modo que esperamos. La
calidad de vida del élder Voorheis es menos que deseable, pero la influencia de
su vida en los demás es incalculable y sempiterna tanto aquí como en Argentina.
En efecto, después de su accidente, la Rama Kilómetro 26, de Argentina, creció
rápidamente y no tardó en llenar los requisitos para la construcción de una
capilla.
La esperanza consiste
en confiar en las promesas de Dios, es tener fe en que si obedecemos ahora, las
bendiciones que anhelamos se cumplirán en el futuro. Abraham “creyó en
esperanza contra esperanza, para llegar a ser padre de muchas gentes”. En
contra de la razón humana, él confió en Dios estando “plenamente convencido” de
que Dios cumpliría su promesa de darles a él y a Sara un hijo en su vejez 6.
Hace unos pocos años,
la hermana Joyce Audrey Evans, una joven madre de Belfast, Irlanda del Norte,
tenía dificultades con un embarazo. En el hospital donde la llevaron, una de
las enfermeras le dijo que era probable que perdiera la criatura. La hermana Evans
le respondió: “Pero no puedo rendirme … tiene que darme esperanza”.
Posteriormente, la hermana Evans contó: “No podía darme por vencida sino hasta
que se desvaneciera toda esperanza razonable. Se lo debía a mi hijo que aún no
nacía”.
Tres días después
perdió al niño. De eso, ella escribió: “Durante un largo rato, no sentí nada;
pero después un profundo sentimiento de paz embargó todo mi ser. Junto con la
paz viene el entendimiento. Comprendí entonces por qué no podía renunciar a la
esperanza pese a todas las circunstancias: porque uno vive con esperanza o vive
con desesperación. Sin esperanza no es posible perseverar hasta el fin. Había
buscado una respuesta a mis oraciones y no me llevé una desilusión: fui sanada
físicamente y premiada con un espíritu de paz. Nunca antes me había sentido tan
cerca de mi Padre Celestial; nunca antes había sentido una paz así …
“El milagro de la paz
no fue la única bendición que recibí en aquella ocasión. Unas semanas después,
comencé a pensar en el hijo que había perdido. El Espíritu me trajo a la
memoria las palabras de Génesis 4:25: ’la cual dio a luz un hijo, y llamó su
nombre Set: Porque Dios (dijo ella) me ha sustituido otro hijo …’
“Pocos meses después
quedé embarazada otra vez. Cuando nació mi hijo, se dijo que era una criatura
’perfecta”’. Le pusieron por nombre Evan Seth 7.
La paz en esta vida
se basa en la fe y en el testimonio. Todos podemos encontrar esperanza mediante
nuestras oraciones personales y hallar consuelo en las Escrituras. Las
bendiciones del sacerdocio nos elevan y nos sostienen. La esperanza también se
recibe por revelación personal directa, a la cual tenemos derecho si somos
dignos. También contamos con la seguridad de vivir en una época en la que
existe en la tierra un profeta que posee y que ejerce todas las llaves del
reino de Dios.
Samuel Smiles
escribió que “’la esperanza es como el sol, el cual, al avanzar hacia él,
proyecta la sombra de nuestra carga detrás de nosotros’… La esperanza endulza
el recuerdo de nuestras más bellas vivencias; mitiga nuestras dificultades para
nuestro progreso y nuestra fortaleza; es nuestra amiga en las horas tenebrosas
y nos anima en las horas felices; brinda promesas para el futuro y da
significado al pasado. Transforma el desaliento en determinación” 8.
La fuente inagotable
de nuestra esperanza es que somos hijos e hijas de Dios y que Su Hijo, el Señor
Jesucristo, nos ha salvado de la muerte. ¿Cómo podemos saber que Jesús es en
verdad nuestro Salvador y Redentor? En términos humanos, Su realidad es prácticamente
indefinible, pero Su presencia se puede conocer de modo patente por medio del
Espíritu si procuramos de continuo vivir bajo la sombra de Su influencia. En el
Libro de Mormón, leemos el relato de Aarón cuando explicaba el Evangelio al
padre de Lamoni; le dijo: “… si te arrodillas delante de Dios … e invocas con
fe su nombre, creyendo que recibirás, entonces obtendrás la esperanza que
deseas” 9. El anciano rey siguió ese consejo al pie de la letra y recibió un
testimonio de la verdad que Aarón había impartido, lo cual redundó en que él y
toda su casa se convirtieran y viniesen al Señor.
Nuestra más grande
esperanza proviene del conocimiento de que el Salvador rompió las ligaduras de
la muerte. Él logró la victoria por medio de Su dolor, padecimiento y aflicción
espantosos. Él expió nuestros pecados con la condición de que nos arrepintamos.
En el huerto de Getsemaní exclamó angustiado: “Padre mío, si es posible, pase
de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú’’ 10 . Lucas describe
la intensidad del dolor: “Y estando en agonía, oraba más intensamente; y era su
sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra’’ 11 .
Todos podemos hallar
esperanza en lo que le ocurrió a Pedro durante los sucesos que llevaron a la
Crucifixión. Quizá el Señor nos hablaba a todos nosotros cuando dijo a Pedro:
“… he aquí Satanás os ha pedido para zarandearos como a trigo;
“pero yo he rogado
por ti, que tu fe no falte; y tú, una vez vuelto [convertido], confirma a tus
hermanos”.
Y Pedro le respondió:
“Señor, dispuesto estoy a ir contigo no sólo a la cárcel, sino también a la
muerte”.
Y él le dijo: “Pedro,
te digo que el gallo no cantará hoy antes que tú niegues tres veces que me
conoces” 12.
Cuando Pedro
observaba el curso de los acontecimientos, alguien lo reconoció como discípulo
de Cristo. Una criada dijo: “También éste estaba con él”, pero Pedro respondió
que no lo conocía. Otras dos personas también le reconocieron como discípulo
del Señor, y Pedro volvió a negar que conocía al Salvador. Y mientras él
hablaba, cantó el gallo.
“Entonces, vuelto el
Señor, miró a Pedro; y Pedro se acordó de la palabra del Señor, que le había
dicho: Antes que el gallo cante, me negarás tres veces.
“Y Pedro, saliendo
fuera, lloró amargamente” 13.
Ese suceso fortaleció
a Pedro de tal manera que nunca más falló y se le conoció como la roca. Su
esperanza llegó a cimentarse firmemente en la Roca eterna, o sea, nuestro
Redentor Jesucristo 14. En calidad de Apóstol principal, llevó a cabo la obra
con fidelidad y valentía.
Así como Pedro llegó
a tener esperanza después de un momento de debilidad, ustedes, yo y todos
podemos tener la esperanza que proviene del conocimiento de que Dios en verdad
vive. Esa esperanza emana de la creencia de que, si tenemos fe, Él nos ayudará
durante nuestras dificultades: si no en esta vida, ciertamente lo hará en la
existencia venidera. Como dijo Pablo a los corintios: “Si en esta vida
solamente esperamos en Cristo, somos los más dignos de conmiseración de todos
los hombres” 15. En el plan eterno de las cosas, todo lo malo que nos haya
ocurrido se rectificará. En la justicia perfecta del Señor, a todos los que
vivan dignamente se les compensarán las bendiciones que no hayan recibido aquí.
En mi opinión, nunca
ha habido en la historia de esta Iglesia motivo de tanta esperanza con respecto
al futuro de la Iglesia y de sus miembros en todo el mundo. Creo, y testifico
de ello, que vamos avanzando hacia un nivel más elevado de fe y de actividad
del que ha habido. Ruego que cada uno de nosotros sea hallado haciendo su parte
en este gran ejército de rectitud. Cada uno de nosotros vendrá ante el Santo de
Israel y dará cuentas de su rectitud personal. Se nos ha dicho que “allí él no
emplea ningún sirviente” 16.
Junto con mi llamamiento
apostólico he recibido el testimonio seguro de la vida y el ministerio del
Salvador. Junto con Job declaro: “Yo sé que mi Redentor vive’’ 17. Mi
testimonio “está en los cielos’’ 18. Jesús es el Cristo, el Salvador de todo
el género humano. José Smith fue el inspirado profeta que restauró las llaves,
la autoridad y la organización salvadoras que le fueron delegadas bajo la
dirección de Dios el Padre y de Su Hijo, el Señor Jesucristo. De esto testifico
en el santo nombre de Jesucristo. Amén.
NOTAS
- Moroni 7:40.
- Moroni 10:5.
- Éter 12:4; cursiva agregada.
- 2 Nefi 31:20.
- Véase Juan 9:2-3.
- Romanos 4:18-21.
- “To Live in Hope”, Ensign, septiembre de 1995, pág. 70.
- Como se cita en Especilly for Mormons, tomo 11, Stan y Sharon Miller, pág. 113.
- Alma 22:16.
- Mateo 26:39.
- Lucas 22:44.
- Lucas 22:31-34.
- Véase Lucas 22:56-62.
- Véase Helamán 5:12.
- I Corintios 15:19.
- 2 Nefi 9:41.
- Job 19:25.
- Job 16:19.
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