lunes, 28 de abril de 2014

¿ESTÁ ESCRITA EN NUESTROS CORAZONES LA EXPIACIÓN DE JESUCRISTO?



El hacer y cumplir nuestros convenios,
y el regocijarnos en ellos, será la 
evidencia de que la expiación de 
Jesucristo realmente está
 escrita en nuestro corazón.


Por Linda K. Burton Presidenta General de la Sociedad de Socorro
    
Queridas hermanas, ustedes han estado en mi mente y en mi corazón por meses al reflexionar en esta imponente responsabilidad. Aunque no me siento a la altura de la responsabilidad que se me ha dado, sé que el llamamiento vino del Señor a través de Su profeta escogido, y por ahora, eso es suficiente. En las Escrituras dice: “…sea por [la] voz [del Señor] o por la voz de [Sus] siervos, es lo mismo”1.
Uno de los preciosos dones relacionados con este llamamiento es la certeza de que nuestro Padre Celestial ama a todas Sus hijas. ¡Yo he sentido Su amor por cada una de nosotras!
Al igual que ustedes, ¡me encantan las Escrituras! En Jeremías hay un pasaje que me gusta mucho. Jeremías vivió en una época y en un lugar difíciles, pero el Señor le permitió “[prever] una era de esperanza durante el recogimiento de Israel en los últimos días”2; nuestros días. Jeremías profetizó:
“…después de aquellos días, dice Jehová: Pondré mi ley en su mente y la escribiré en sus corazones; y yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo…
“…todos me conocerán, desde el más pequeño de ellos hasta el más grande, dice Jehová; porque perdonaré la iniquidad de ellos y no me acordaré más de su pecado”3.

Nosotros somos el pueblo que Jeremías vio. ¿Hemos invitado al Señor a escribir la ley, o la doctrina, en nuestro corazón? ¿Creemos que el perdón que está disponible a través de la Expiación a la que se refiere Jeremías se aplica a nosotros personalmente?
Hace unos años, el élder Jeffrey R. Holland expresó sus sentimientos sobre la profunda fe de los pioneros que siguieron adelante hacia el Valle de Salt Lake aún tras la muerte de sus hijos. Él dijo: “…no lo hicieron por un programa o una actividad social; lo hicieron porque tenían la fe en el evangelio de Jesucristo arraigada en su alma, estaba en la médula de sus huesos”.
Expresó con tierna emoción:
“Ésa era la única forma en que esas madres podían enterrar a [sus bebés] en una caja de pan y seguir adelante diciendo: ‘La tierra prometida está más adelante. Lograremos llegar al valle’.
Podían decirlo debido a los convenios, la doctrina, la fe, la revelación y el Espíritu”.
Concluyó con estas palabras que invitan a la reflexión: “Si conservamos esto en nuestra familia y en la Iglesia, tal vez muchas otras cosas comenzarán a resolverse por sí mismas; y muchas otras menos necesarias perderán su importancia. Me han contado que los carros de mano tenían una capacidad limitada. Al igual que nuestros antepasados tuvieron que escoger lo que llevarían, tal vez el siglo veintiuno nos obligue a decidir: ‘¿Qué ponemos en el carro de mano?’. Es la esencia de nuestra alma; lo que se encuentra en la médula de nuestros huesos”4. O en otras palabras, es lo que está escrito en nuestro corazón.
Como nueva presidencia de la Sociedad de Socorro, hemos buscado con sinceridad al Señor para saber qué cosas esenciales desea que pongamos en nuestra carreta de la Sociedad de Socorro para seguir avanzando Su obra. Hemos sentido que primero el Padre Celestial desea que ayudemos a Sus amadas hijas a entender la doctrina de la expiación de Jesucristo. Al hacerlo, sabemos que aumentará nuestra fe y nuestro deseo de vivir en rectitud. Segundo, al considerar la necesidad vital de fortalecer a las familias y los hogares, hemos sentido que el Señor desea que animemos a Sus amadas hijas a que se adhieran a sus convenios. Cuando los convenios se guardan, las familias se fortalecen. Finalmente, sentimos que Él desea que trabajemos en unidad con las otras organizaciones auxiliares y con los líderes del sacerdocio, esforzándonos por buscar y ayudar a los necesitados a progresar en el sendero. Es nuestra oración ferviente que cada una abramos nuestro corazón y permitamos que el Señor grabe en él las doctrinas de la Expiación, los convenios y la unidad.
¿Cómo podemos esperar fortalecer a las familias o ayudar a los demás a menos que tengamos escrito en nuestro propio corazón una fe profunda y perdurable en Jesucristo y en Su expiación infinita? Esta noche quiero compartir tres principios de la Expiación que, si quedan escritos en nuestro corazón, fortalecerán nuestra fe en Jesucristo. Espero que el comprender estos principios nos bendiga a cada una, ya sea que seamos nuevas en la Iglesia o miembros de toda la vida.
Principio 1: Todo lo que es injusto en la vida se puede remediar por medio de la expiación de Jesucristo5.
Junto con ustedes, damos testimonio de la expiación de nuestro Salvador Jesucristo. Nuestro testimonio, como el de ustedes, quedó escrito en nuestro corazón al enfrentar diversos desafíos y adversidades que ensanchan el alma. Sin la comprensión del plan perfecto de felicidad del Padre Celestial y de la expiación del Salvador como parte central de ese plan, esos desafíos podrían parecer injustos. Todos tenemos pruebas en la vida; pero en el corazón fiel está escrito: “Todo lo que es injusto en la vida se puede remediar por medio de la expiación de Jesucristo”.
¿Por qué permite el Señor que tengamos sufrimiento y adversidad en esta vida? En palabras simples, ¡es parte del plan para nuestro crecimiento y progreso! Cuando nos enteramos de la oportunidad de venir a la tierra como mortales, nos “regocijamos”6. El élder Dallin H. Oaks enseñó: “Con frecuencia, nuestras conversiones necesarias se logran con más rapidez mediante el sufrimiento y la adversidad que mediante la comodidad y la tranquilidad”7.
El ejemplo de una fiel hermana pionera ilustra esa verdad. Mary Lois Walker se casó a los 17 años con John T. Morris en St. Louis, Misuri. Cruzaron las llanuras con los santos en 1853 y entraron al Valle del Lago Salado poco después de su primer aniversario. En el viaje, sufrieron las mismas privaciones que padecieron otros santos; pero su sufrimiento y adversidad no terminó al llegar al Valle del Lago Salado. Al año siguiente, Mary, que ya tenía 19 años, escribió: “Tuvimos un hijo… Una anoche cuando tenía dos o tres meses de edad… algo me susurró: ‘Vas a perder a ese pequeño’”.
Durante el invierno se deterioró la salud del bebé. “Hicimos todo lo posible… pero el bebé empeoraba gradualmente… El 2 de febrero murió… así que bebí de la amarga copa de separarme de mi propia carne”. Pero sus pruebas aún no habían terminado. El esposo de Mary también cayó enfermo y, tres semanas después de perder al bebé, él murió.
Mary escribió: “Así fue como, aún adolescente, quedé privada en el corto plazo de 20 días de mi esposo y mi único hijo, en una tierra extraña, a cientos de kilómetros de mi familia y enfrentando una montaña de dificultades… y yo también deseé morir y reunirme con mis seres queridos”.
Mary continúa: “Un domingo por la tarde caminaba con mi amiga… Recordé la ausencia de [mi esposo] y mi intensa soledad, y al llorar amargamente pude ver, como en una visión mental, el empinado cerro de la vida que tendría que escalar y sentí la realidad de todo ello con gran fuerza. Me embargó una profunda depresión, porque el enemigo sabe cuándo atacarnos, pero nuestro [Salvador Jesucristo] es poderoso para salvar. Mediante… la ayuda del Padre, pude luchar contra todas las fuerzas que parecían combinarse contra mí en esos momentos”8.
Mary aprendió a la tierna edad de 19 años que la Expiación nos asegura que todo lo que es injusto en esta vida puede remediarse y se remediará, incluso las penas más profundas.
Principio 2: La Expiación tiene un poder que nos habilita para vencer al hombre o a la mujer natural y llegar a ser verdaderos discípulos de Jesucristo9.
Hay una forma de saber si hemos aprendido una doctrina o un principio del Evangelio; es cuando podemos enseñar la doctrina o el principio de manera que un niño lo pueda entender. Un recurso valioso para enseñar la Expiación a los niños es la analogía que se encuentra en una lección de la Primaria. Tal vez nos ayude al enseñar a nuestros hijos o nietos, o a los amigos de otras religiones que deseen entender esta doctrina básica.
“Al andar por cierto camino, [una mujer] se cayó en un pozo tan profundo que no podía salir de allí. A pesar de todos sus esfuerzos, no conseguía hacerlo. Empezó a suplicar que alguien [la] ayudara y se regocijó cuando, al oírle, un bondadoso viajero le alcanzó una escalera por la cual pudo salir del pozo y recobrar su libertad.
“Somos como [la mujer] que cayó en el pozo. El pecar es como caer en un pozo sin poder salir por nuestros propios medios. Tal como el bondadoso viajero escuchó el clamor de [aquella mujer], el Padre Celestial envió a Su Hijo Unigénito para proporcionar el medio de escapar. La expiación de Jesucristo podría compararse a colocar la escalera en el pozo; nos provee la manera de salir”10. Pero el Salvador hace más que colocar la escalera, Él “baja al abismo y hace posible que usemos la escalera para… escapar”11. “Así como [aquella mujer] tuvo que trepar la escalera, nosotros debemos arrepentirnos de nuestros pecados y obedecer los principios y ordenanzas del Evangelio para salir del pozo y hacer que la Expiación surta efecto en nuestra vida. Por tanto, después de hacer todo lo que podemos, la Expiación hace posible que seamos dignos de regresar a la presencia del Padre Celestial”12.
Hace poco tuve el privilegio de conocer a una pionera de nuestros días, una amada hija de Dios y reciente conversa a la Iglesia en Chile. Es una madre sola y tiene dos hijos pequeños. Por el poder de la Expiación, ha logrado dejar atrás su pasado y ahora se esfuerza sinceramente por ser una verdadera discípula de Jesucristo. Al pensar en ella, acude a mi mente un principio que enseñó el élder David A. Bednar: “Una cosa es saber que Jesucristo vino a la tierra para morir por nosotros, lo cual es básico y fundamental respecto a la doctrina de Cristo; pero también es necesario que reconozcamos que el Señor desea, mediante Su expiación y por medio del poder del Espíritu Santo, vivir en nosotros, no sólo para guiarnos, sino también para darnos poder”13.
Al conversar con esta hermana chilena sobre la forma de seguir en el sendero que lleva a la vida eterna, ella me aseguró con entusiasmo que estaba decidida a hacerlo. Había estado fuera del sendero la mayor parte de su vida y declaró que “allá”, fuera del sendero, no había nada que quisiera tener en su vida otra vez. El poder habilitador de la Expiación vive dentro de ella; se está escribiendo en su corazón.
Ese poder no sólo nos habilita para salir del pozo, sino que además nos da el poder para continuar en el sendero estrecho y angosto que lleva a la presencia de nuestro Padre Celestial.
Principio 3: La Expiación es la evidencia más grande que tenemos del amor del Padre por Sus hijos.
Haríamos bien en meditar sobre este pensamiento conmovedor del élder Oaks: “Piensen cuán doloroso debió haber sido para nuestro Padre Celestial enviar a Su Hijo a soportar el incomprensible sufrimiento por nuestros pecados. ¡Ésta es la evidencia más extraordinaria de Su amor por cada uno de nosotros!”14.
Ese acto supremo de amor debería llevar a cada uno de nosotros a arrodillarnos en humilde oración para agradecer a nuestro Padre Celestial el amarnos lo suficiente como para mandar a Su Hijo Unigénito y perfecto a sufrir por nuestros pecados, nuestras penas y todo lo que parece ser injusto en nuestras vidas.
¿Recuerdan a la mujer de la que habló hace poco el presidente Dieter F. Uchtdorf? Él dijo: “Una mujer que había pasado años de pruebas y dolor dijo a través de las lágrimas: ‘He llegado a comprender que soy como un billete viejo de 20 dólares: arrugada, hecha trizas, sucia, maltratada y marcada; pero sigo siendo un billete de 20 dólares. Algo valgo; aunque parezca que no valgo nada, y aunque me hayan golpeado y maltratado, todavía valgo los 20 dólares completos’”15.
Esa mujer sabe que es una amada hija del Padre Celestial y que Él la valora lo suficiente para enviar a Su Hijo para expiar por ella, en forma individual. Toda hermana en la Iglesia debe saber lo que sabe esta mujer: que es una amada hija de Dios. ¿Cómo cambia la manera en que guardamos nuestros convenios el saber cuánto valemos para Él? ¿Qué efecto tiene el saber cuánto nos valora en nuestro deseo de ministrar a los demás? ¿En qué forma el hecho de saber lo que valemos para Él aumenta nuestro deseo de ayudar a quienes necesitan entender la Expiación como la entendemos nosotras, es decir, en profundidad? Cuando cada una de nosotras tenga la doctrina de la Expiación escrita en lo más profundo del corazón, empezaremos a ser la clase de personas que el Señor desea que seamos cuando Él regrese. Él nos reconocerá como Sus verdaderas discípulas.
Ruego que la expiación de Jesucristo produzca un “gran cambio” en nuestro corazón16. Conforme abramos los ojos a esta doctrina que un ángel de Dios declaró que son “alegres nuevas de gran gozo”17, les aseguro que sentiremos lo que sintió el pueblo del rey Benjamín. Después de orar intensamente para que se aplicara la Expiación en su vida, “fueron llenos de gozo”18 y estuvieron “dispuestos a concertar un convenio con… Dios de hacer su voluntad y ser obedientes a sus mandamientos en todas las cosas”19. El hacer y cumplir nuestros convenios, y el regocijarnos en ellos, será la evidencia de que la expiación de Jesucristo realmente está escrita en nuestro corazón. Hermanas, por favor recuerden estos tres principios:
    1.“Todo lo que es injusto en la vida se puede remediar por medio de la expiación de Jesucristo”20.
    2. La Expiación tiene un poder que nos habilita para vencer al hombre o a la mujer natural y llegar a ser verdaderos discípulos de Jesucristo21.
    3. La Expiación es la evidencia más grande que tenemos del amor del Padre por Sus hijos22.
“…después de aquellos días, dice Jehová: Pondré mi ley en su mente y la escribiré en sus corazones; y yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo”23. Invito a que pidamos al Señor que escriba esos principios de la Expiación en nuestro corazón; testifico que son verdaderos. En el nombre de Jesucristo. Amén.

Referencias
    1.  D. y C. 1:38.
    2. Véase El Antiguo Testamento, Doctrina del Evangelio: Manual para el maestro, pág. 222.
    3.  Jeremías 31:33–34; cursiva añadida.
    4. Véase Jeffrey R. Holland, Análisis de mesa redonda, Reunión mundial de capacitación de líderes, 9 de febrero de 2008, págs. 27–28.
    5.  Predicad Mi Evangelio: Una guía para el servicio misional, pág. 52.
    6.  Job 38:7.
    7. Véase Dallin H. Oaks, “El desafío de lo que debemos llegar a ser”, Liahona, enero de 2001, pág. 42.
    8. Autobiografía de Mary Lois Walker Morris (copia en posesión de Linda Kjar Burton).
    9. Véase David A. Bednar, “La Expiación y la travesía de la vida mortal”, Liahona, abril de 2012, págs. 12–19.
    10.  Primaria 7: Nuevo Testamento, 1997, lección 30.
    11. Véase Joseph Fielding Smith, Doctrina de Salvación, comp. por Bruce R. McConkie, tomo I, pág. 118.
    12.  Primaria 7, lección 30.
    13. David A. Bednar, Liahona, abril de 2012, pág. 14.
    14. Dallin H. Oaks, “El amor y la ley”, Liahona, noviembre de 2009, pág. 26.
    15. Véase Dieter F. Uchtdorf, “‘Ustedes son mis manos’”, Liahona, mayo de 2010, pág. 69.
    16. Véase Alma 5:12–14.
    17.  Mosíah 3:3.
    18. Véase Mosíah 4:1–3.
    19. Véase Mosíah 5:2–5.
    20.  Predicad Mi Evangelio, pág. 52.
    21. Véase David A. Bednar, Liahona, abril de 2012, págs. 12–19.
    22. Véase Dallin H. Oaks, Liahona, noviembre de 2009, pág. 26.
    23.  Jeremías 31:33; cursiva agregada.

miércoles, 23 de abril de 2014

LA EXPIACIÓN Y EL VALOR DE UN ALMA



Of the Quorum of the Twelve Apostles


“Si en verdad pudiésemos comprender la expiación del Señor Jesucristo, nos daríamos cuenta de lo valioso que es un hijo o una hija de Dios.”

El mes de enero pasado nuestra familia sufrió la trágica pérdida de nuestro nieto Nathan en un accidente aéreo. Nathan sirvió en la Misión Báltica ruso hablante; amaba a la gente y sabía que era un privilegio servir al Señor. Ese accidente acabó con su vida tres meses después de que yo oficié en su matrimonio eterno a su querida Jennifer. El que Nathan haya sido arrebatado tan repentinamente de nuestra presencia ha vuelto nuestro corazón y nuestra mente a la expiación de nuestro Señor Jesucristo. Aunque me es imposible expresar el pleno significado de la expiación de Cristo, ruego poder explicar lo que Su expiación significa para mí y para nuestra familia, y lo que también podría significar para ustedes y sus familiares.
El precioso nacimiento del Salvador, Su vida, Su expiación en el Jardín de Getsemaní, el sufrimiento en la cruz, Su sepultura en la tumba de José y Su gloriosa resurrección se convirtieron en una renovada realidad para nosotros. La resurrección del Salvador nos asegura a todos que algún día, nosotros, también, lo seguiremos y experimentaremos nuestra propia resurrección. Qué gran paz y consuelo nos da este don, el cual viene mediante la amorosa gracia de Jesucristo, el Salvador y Redentor de toda la humanidad. Gracias a Él, sabemos que podremos estar con Nathan otra vez.
No hay mayor expresión de amor que la heroica Expiación que llevó a cabo el Hijo de Dios. Si no hubiera sido por el plan de nuestro Padre Celestial, establecido antes de que el mundo fuese, en verdad toda la humanidad —pasada, presente y futura— habría permanecido sin la esperanza de progreso eterno. Como resultado de la transgresión de Adán, los seres mortales fueron separados de Dios (véase Romanos 6:23), y lo hubiesen estado para siempre, a menos que se encontrase el modo de romper las ligaduras de la muerte. Eso no sería fácil, ya que requería el sacrificio vicario de uno que fuese sin pecado y que, por lo tanto, pudiese tomar sobre Sí los pecados de toda la humanidad.
Estamos agradecidos porque Jesucristo valientemente llevó a cabo ese sacrificio en la antigua Jerusalén. Allí, en la tranquilidad del Jardín de Getsemaní, se arrodilló entre los torcidos olivos, y de manera milagrosa, que ninguno de nosotros puede comprender totalmente, el Salvador tomó sobre Sí los pecados del mundo. A pesar de que Su vida era pura y libre de pecado, Él pagó el castigo máximo del pecado — el de ustedes, el mío y el de todos los que hayan vivido. Su agonía mental, emocional y espiritual fue tan grande que hizo que sangrara por cada poro (véase Lucas 22:44; D. y C. 19:18). No obstante, Jesús sufrió voluntariamente a fin de que todos pudiésemos tener la oportunidad de ser limpios— mediante la fe en Él, al arrepentirnos de nuestros pecados, al ser bautizados por la debida autoridad del sacerdocio, al recibir el don purificador del Espíritu Santo mediante la confirmación y al aceptar todas las demás ordenanzas esenciales. Sin la expiación del Señor, ninguna de esas bendiciones estarían a nuestro alcance, y no podríamos llegar a ser dignos y estar preparados para regresar a morar en la presencia de Dios.
Más tarde, el Salvador soportó la agonía de la inquisición, los crueles azotes y la muerte por crucifixión en la cruz del Calvario. Recientemente se han hecho muchos comentarios en cuanto a esto, ninguno de los cuales ha aclarado el punto singular de que nadie tenía el poder para quitarle la vida al Salvador; Él la ofreció como rescate por todos nosotros. Como Hijo de Dios, Él tenía el poder de alterar la situación; no obstante, en las Escrituras se establece claramente que Él se entregó a la flagelación, la humillación, el sufrimiento y, finalmente, a la crucifixión, debido a Su gran amor para con los hijos de los hombres (véase 1 Nefi 19:9–10).
La expiación de Jesucristo fue una parte indispensable del plan de nuestro Padre Celestial para la misión terrenal de Su Hijo y para nuestra salvación. Cuán agradecidos debiéramos estar porque nuestro Padre Celestial no intercedió, sino que retuvo Su instinto paternal de rescatar a Su Hijo Amado. Gracias al amor eterno que Él tiene por ustedes y por mí, Él permitió que Jesús llevara a cabo su misión preordenada de ser nuestro Redentor. El don de la resurrección y la inmortalidad se da libremente mediante la gracia misericordiosa de Jesucristo a toda la gente de todas las épocas, sin importar si sus hechos son buenos o malos. Y a aquellos que eligen amar al Señor y que manifiestan su amor y fe en Él al guardar Sus mandamientos y se hacen merecedores de todas las bendiciones de la Expiación, Él ofrece la promesa adicional de la exaltación y la vida eterna, que es la bendición de vivir en la presencia de Dios y de Su Amado Hijo para siempre.
Con frecuencia cantamos un himno que expresa lo que siento cuando pienso en el sacrificio expiatorio y benevolente del Salvador:
Asombro me da el amor que me da Jesús.
Confuso estoy por Su gracia y por Su luz,
Y tiemblo al ver que por mí Él Su vida dio;
Por mí, tan indigno, Su sangre Él derramó.
(“Asombro me da”, Himnos Nº 118)
Jesucristo, el Salvador y Redentor de toda la humanidad, no está muerto. Él vive—el Hijo resucitado de Dios vive—ése es mi testimonio, y Él guía los asuntos de Su Iglesia hoy día.
En la primavera de 1820, un pilar de luz iluminó una arboleda del norte del estado de Nueva York. Nuestro Padre Celestial y Su Amado Hijo aparecieron al profeta José Smith. Esa experiencia dio inicio a la restauración de poderosas verdades doctrinales que por siglos habían estado perdidas. Entre esas verdades que habían quedado opacadas por las tinieblas de la apostasía estaba la conmovedora realidad de que todos somos hijos e hijas espirituales de un Dios amoroso que es nuestro Padre; somos parte de Su familia; Él no es un padre en un sentido simbólico o poético; Él es literalmente el Padre de nuestro espíritu; Él se ocupa de cada uno de nosotros. Aunque este mundo se las arregla para disminuir y degradar al hombre y a la mujer, la realidad es que todos provenimos de un linaje real y divino. En aquella maravillosa aparición del Padre y del Hijo en la Arboleda Sagrada, la primera palabra que emitió el Padre de todos nosotros fue el nombre personal de “José”. Ésa es la clase de relación que nuestro Padre tiene con cada uno de nosotros; Él conoce nuestro nombre y anhela que seamos dignos de regresar a vivir con Él.
La restauración del Evangelio vino por medio del profeta José Smith. El Señor Jesucristo una vez más ha revelado, a través de Su profeta escogido, las ordenanzas y la autoridad del sacerdocio para administrarlas para la salvación de todo aquel que crea.
A otro profeta, en otra época, se le mostraron “las naciones de la tierra” (Moisés 7:23). “Y el Señor le mostró a Enoc todas las cosas, aun hasta el fin del mundo” (Moisés 7:67). Enoc también vio que Satanás “tenía en su mano una cadena grande que cubrió de obscuridad toda la faz de la tierra; y [Satanás] miró hacia arriba, y se rió” (Moisés 7:26).
Con todo lo que Enoc vio, hubo algo que pareció captar su atención por encima de todo. Enoc vio que Dios “miró al resto del pueblo, y lloró” (Moisés 7:28). El registro sagrado dice que Enoc le preguntó a Dios una y otra vez: “¿Cómo es posible que tú llores…? ¿Cómo es posible que llores?” (Moisés 7:29, 31).
El Señor le contestó a Enoc: “…He allí a éstos, tus hermanos; son la obra de mis propias manos… a tus hermanos… he dado mandamiento, que se amen el uno al otro, y que me prefieran a mí, su Padre, mas he aquí, no tienen afecto y aborrecen su propia sangre” (Moisés 7:32–33).
Enoc vio las condiciones de estos últimos días. Él y otros de los primeros profetas sabían que únicamente si aceptamos la Expiación y nos esforzamos por vivir el Evangelio, podremos hacer frente a los desafíos de la vida y hallar paz, gozo y felicidad. El llegar a comprender ese grandioso don es una búsqueda personal de cada uno de los hijos de Dios.
Hermanos y hermanas, creo que si en verdad pudiésemos comprender la expiación del Señor Jesucristo, nos daríamos cuenta de lo valioso que es un hijo o una hija de Dios. Creo que el propósito eterno de nuestro Padre Celestial para con Sus hijos generalmente se logra mediante las cosas pequeñas y sencillas que hacemos unos por otros. La palabra “uno” es una parte importante de la palabra expiación en inglés. Si toda la humanidad comprendiera esto, no habría nadie de quien no nos preocupáramos, sin importar edad, raza, género, religión o nivel social o económico; nos esforzaríamos por emular al Salvador y nunca seríamos descorteses, indiferentes, irrespetuosos ni insensibles a los demás.
Si en verdad entendiésemos la Expiación y el valor eterno de toda alma, iríamos en busca del joven, de la jovencita y de todo hijo descarriado de Dios; les ayudaríamos a saber del amor que Cristo tiene por ellos; haríamos todo lo que estuviese a nuestro alcance por ayudarlos a prepararse para recibir las ordenanzas salvadoras del Evangelio.
En verdad, si la expiación de Cristo fuera lo más importante en la mente de los líderes de barrios y ramas, no se descuidaría al miembro nuevo ni al que se reactiva. Puesto que toda alma es tan valiosa, los líderes deliberarían en consejo para ver que se le enseñase a cada una las doctrinas del Evangelio de Jesucristo.
Cuando pienso en Nathan y lo mucho que lo queremos, puedo ver y sentir más claramente lo que nuestro Padre Celestial debe sentir por todos Sus hijos. No queremos que Dios llore porque no hicimos todo lo posible por compartir con Sus hijos las verdades reveladas del Evangelio. Ruego que cada uno de nuestros jóvenes trate de conocer las bendiciones de la Expiación y se esfuerce por ser digno de servir al Señor en el campo misional. Ciertamente muchos más matrimonios mayores y otras personas cuya salud se los permitiera desearían ansiosamente servir al Señor como misioneros si meditaran en el significado del sacrificio expiatorio del Señor Jesucristo. Fue Jesús quien dijo: “Y si acontece que trabajáis todos vuestros días proclamando el arrepentimiento a este pueblo y me traéis aun cuando fuere una sola alma, ¡cuán grande será vuestro gozo con ella en el reino de mi Padre!” (D. y C. 18:15, cursiva agregada). No sólo eso, sino que grande será el gozo del Señor en el alma que se arrepiente, porque toda persona es valiosa para Él.
Hermanos y hermanas, nuestro Padre Celestial nos ha tendido la mano para que lleguemos a Él mediante la Expiación de nuestro Salvador. Él invita a todos “que [vengan] a Cristo, el cual es el Santo de Israel, y [participen] de su salvación y del poder de su redención” (Omni 1:26). Él nos ha enseñado que por medio de nuestra fiel adherencia a los principios del Evangelio, que al recibir las ordenanzas salvadoras que han sido restauradas, que mediante el servicio constante y al perseverar hasta el fin, podremos volver a Su presencia sagrada. ¿Qué otra cosa podríamos saber en este mundo que fuese más importante que esto?
Lamentablemente, en el mundo actual, la importancia de la persona muchas veces se determina por el tamaño del auditorio ante el cual él o ella se presenta. Ésa es la forma en que se clasifican los programas de deportes o de comunicación, como se determina la prominencia de las empresas y a veces como se obtiene el rango gubernamental. Tal vez ésa sea la razón por la que los papeles como el de “padre”, “madre” y “misionero” raras veces reciben el aplauso de la gente. Los padres, las madres y los misioneros llevan a cabo su tarea ante un público muy reducido. Sin embargo, a los ojos del Señor, tal vez haya sólo un tamaño de auditorio que es de importancia perdurable: es el de uno, cada uno, ustedes y yo, y cada uno de los hijos de Dios. La ironía de la Expiación es que es infinita y eterna, y no obstante se aplica en forma individual, una persona a la vez.
Hay un nivel en el que el himno de los niños “Soy un hijo de Dios” (Himnos Nº 196), armoniza con la música de la eternidad. Somos hijos de Dios; cada uno de nosotros es valioso hasta el grado de hacer que el Señor Dios Todopoderoso sienta una plenitud de gozo, si somos fieles, o que llore, si no lo somos.
Lo que el Salvador resucitado dijo a los nefitas podría decirlo a nosotros hoy día:
“…Benditos sois a causa de vuestra fe. Y ahora he aquí, es completo mi gozo. Y cuando hubo dicho estas palabras, lloró, y la multitud dio testimonio de ello; y tomó a sus niños pequeños, uno por uno, y los bendijo, y rogó al Padre por ellos” (3 Nefi 17:20–21, cursiva agregada).
Hermanos y hermanas, nunca jamás subestimen el valor de una persona. Recuerden siempre la sencilla admonición del Señor: “Si me amáis, guardad mis mandamientos” (Juan 14:15). Esfuércense siempre por vivir dignos de las sagradas y plenas bendiciones de la expiación del Señor Jesucristo. En nuestro dolor por la separación de nuestro querido Nathan, ha venido la paz que únicamente el Salvador y Redentor puede dar. Nuestra familia se ha vuelto a Él, uno por uno; y ahora cantamos con mayor agradecimiento y entendimiento:

“Cuán asombroso es que por amarme así
Muriera Él por mí.
Cuán asombroso es lo que dio por mí”.
(“Asombro me da”, Himnos Nº 118).

Estimados hermanos y hermanas, ruego que den a los demás, y que reciban por ustedes mismos, toda bendición que brinda la expiación del Señor Jesucristo, lo ruego humildemente, en el nombre de Jesucristo. Amén.