James
E. Faust
"Nuestra
salvación depende de creer en la Expiación y de aceptarla; dicha aceptación
requiere de un esfuerzo continuo por comprenderla más plenamente".
Mis
amados hermanos, hermanas y amigos: Humildemente vengo a este púlpito esta
mañana porque deseo hablarles del mayor acontecimiento de la historia. Ese
singular acontecimiento fue la incomparable Expiación de nuestro Señor y
Salvador, Jesucristo. Se trata del acto más trascendente que haya ocurrido
jamás, pero a la vez es el más difícil de comprender. Mis motivos para querer
aprender todo lo que pueda sobre la Expiación son, en parte, egoístas: nuestra salvación depende de creer en la
Expiación y de aceptarla1; dicha aceptación requiere de un
esfuerzo continuo por comprenderla más plenamente. La Expiación avanza nuestro
curso terrenal de aprendizaje al hacer posible que nuestra naturaleza llegue a
ser perfecta2. Todos hemos pecado y debemos arrepentirnos para
saldar por completo nuestra parte de la deuda. Cuando nos arrepentimos con
sinceridad, la magnífica expiación del Salvador paga el resto de esa deuda3.
Pablo
ofreció una explicación sencilla sobre la necesidad de la Expiación. "Porque así como en Adán todos mueren,
también en Cristo todos serán vivificados"4. Jesucristo fue
escogido y preordenado para ser nuestro Redentor antes de que el mundo fuese
formado. En Su calidad divina de Hijo, con Su vida sin mancha, el derramamiento
de Su sangre en el jardín de Getsemaní, Su espantosa muerte en la cruz y la
consiguiente resurrección de Su cuerpo, llegó a ser el autor de nuestra
salvación y llevó a cabo una expiación perfecta por toda la humanidad5.
El
entender lo que podamos de la Expiación y la Resurrección de Cristo nos ayuda a
obtener un conocimiento de él y de Su misión6. Cualquier aumento de
nuestra comprensión de Su sacrificio expiatorio nos acerca más a él. Literalmente, la palabra Expiación
significa "ser uno" con él.
La naturaleza de la Expiación y sus efectos son tan infinitos, tan
incomprensibles y tan profundos, que escapan a nuestro conocimiento y
comprensión de hombres terrenales. Estoy sumamente agradecido por el principio
de la gracia salvadora. Muchos creen que sólo tienen que confesar que Jesús es
el Cristo y que entonces ya son salvos por la gracia; pero no podemos salvarnos
por la gracia solamente, pues "sabemos
que es por la gracia por la que nos salvamos, después de hacer cuanto
podamos"7.
Hace
unos años, el presidente Gordon B. Hinckley relató "algo parecido a una parábola"
sobre "una escuela de un solo cuarto
en las montañas del estado de Virginia, donde los muchachos eran tan rudos que
ningún maestro había logrado disciplinarlos".
Un
maestro joven solicitó la plaza. Se le dijo que cada maestro había fracasado
rotundamente, pero decidió aceptar el riesgo. El primer día de escuela el
maestro pidió a los muchachos que establecieran sus propias reglas y el castigo
por quebrantarlas. La clase fijó diez reglas que se escribieron en la pizarra y
luego el maestro preguntó: "¿Qué
haremos con aquel que quebrante las reglas?".
"Quitarle el abrigo y darle diez
azotes en la espalda", fue la respuesta.
Uno
o dos días después, Tom, un alumno alto y fuerte, descubrió que le habían
robado el almuerzo. "Encontraron al
ladrón, un hambriento muchachito de unos diez años".
Cuando
Jim se acercó para recibir su castigo suplicó que no le quitaran el abrigo. "Quítate el abrigo", dijo el
maestro. "¡Tú colaboraste en la
creación de las reglas!".
El
muchacho se quitó el abrigo. No tenía camisa y su flaco torso quedó al
descubierto. El maestro vaciló con la vara y Tom se puso en pie y se ofreció de
voluntario para recibir el castigo del muchacho.
"Muy bien, existe cierta ley
mediante la cual uno puede tomar el lugar del otro. ¿Están todos de
acuerdo?", preguntó el maestro.
Después
de cinco azotes en la espalda de Tom, la vara se rompió. La clase estaba
llorando. "El pequeño Jim se había
puesto en pie y echado sus brazos alrededor del cuello de Tom. 'Tom, siento
haberte robado el almuerzo, pero tenía mucha hambre. ¡Tom, te amaré hasta que muera
por haber recibido los azotes que eran para mí! ¡Sí, siempre te amaré!'"8.
Entonces,
el presidente Hinckley citó a Isaías: "Ciertamente llevó él nuestras
enfermedades, y sufrió nuestros dolores. . . Mas él herido fue por nuestras
rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre
él, y por su llaga fuimos nosotros curados"9.
Ningún
hombre conoce el peso que tuvo que soportar el Salvador, pero por el poder del
Espíritu Santo podemos saber algo del don celestial que nos concedió10.
Uno de nuestros himnos sacramentales dice:
Jamás podremos comprender
Las penas que sufrió,
Más para darnos salvación
Él en la cruz murió11.
Sufrió
tanto dolor, "una angustia
indescriptible" y "una
tortura inaguantable"12por causa nuestra. Su terrible
sufrimiento en el Jardín de Getsemaní, donde tomó sobre Sí los pecados de todos
los hombres, hizo que "sangrara por
cada poro y padeciera, tanto en el cuerpo como en el Espíritu"13.
"Y estando en agonía, oraba más
intensamente"14, diciendo: "Padre mío, si no puede pasar de mí esta copa sin que yo la beba,
hágase tu voluntad"15. Fue traicionado por Judas Iscariote
y negado por Pedro. Los ancianos y el concilio se burlaron de él; lo azotaron,
le abofetearon, le escupieron y lo torturaron en el tribunal16.
Lo
guiaron al Gólgota, donde los clavos atravesaron Sus manos y pies. Colgó
agonizante durante horas en una cruz de madera y con un título escrito por
Pilato que decía: "Jesús NAZARENO,
REY DE LOS JUDíOS"17. Vinieron las tinieblas y "cerca de la hora novena, Jesús clamó a
gran voz, diciendo: Elí, Elí, ¿lama sabactani? Esto es: Dios mío, Dios mío,
¿por qué me has desamparado?"18. Nadie podía ayudarle,
estaba pisando el lagar él solo19. Entonces, "Jesús, habiendo otra vez clamado a gran voz, entregó el
espíritu"20. Y "uno
de los soldados le abrió el costado con una lanza, y al instante salió sangre y
agua"21. "La
tierra tembló" y "el
centurión, y los que estaban con él guardando a Jesús, visto el terremoto, y
las cosas que habían sido hechas, temieron en gran manera, y dijeron:
Verdaderamente éste era Hijo de Dios"22.
En las palabras del himno:
"No
me dejes olvidar que fue por mí,
Oh
Salvador, que sufriste en el Calvario,
Padeciendo
mi dolor"23.
Me pregunto cuántas gotas derramó él por
mí.
Lo
que hizo sólo lo podía hacer un Dios. Como era el Hijo Unigénito del Padre en
la carne, Jesús heredó atributos divinos. Fue la única persona nacida en este
mundo que pudo realizar ese acto tan importante y divino; y como fue el único
hombre sin pecado que haya vivido en la tierra, no estaba sujeto a la muerte
espiritual. A causa de Su divinidad también tenía poder sobre la muerte física.
Así hizo por nosotros lo que no podemos hacer por nosotros mismos. Rompió las
frías ligaduras de la muerte e hizo posible que tuviéramos el sereno consuelo
del don del Espíritu Santo24.
La
Expiación y la Resurrección logran muchas cosas. La Expiación nos limpia del
pecado a cambio de nuestro arrepentimiento, que es la condición mediante la
cual se nos extiende la misericordia25. Después de todo lo que podamos hacer para pagar hasta el último
cuadrante y enmendar nuestros errores, la gracia del Salvador se activa en
nuestra vida mediante la Expiación, la cual nos purifica y nos perfecciona26.
La resurrección de Cristo venció la muerte y nos dio la certeza de la vida
después de esta vida. Él dijo: "Yo
soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto,
vivirá"27. La Resurrección es incondicional y se aplica a
todos los que hayan vivido o vivan28. Es un don gratuito. El
presidente John Taylor describió esto muy bien cuando dijo: "Las tumbas se abrirán y los muertos
oirán la voz del Hijo de Dios, y saldrán, los que hayan hecho el bien a la
resurrección de los justos, y los que hayan hecho el mal a la resurrección de
los injustos"29.
Con
respecto a nuestros actos en esta vida y a la Expiación, el presidente J.
Reuben Clark, hijo, contribuyó esta valiosa reflexión cuando dijo: "Considero que [el Salvador] nos dará
el menor de los castigos que justifique nuestra transgresión. Creo que, como
parte de Su justicia, ofrecerá todo Su infinito amor, bendiciones,
misericordia, amabilidad y comprensión. . . Y, por otro lado, creo que cuando
nos recompense por nuestra buena conducta, nos dará lo máximo que pueda, teniendo
presente la ofensa que hayamos cometido"30.
Tal
y como escribiera Isaías, si nos volvemos al Señor, "[él]. . . será amplio en perdonar"31.
Se
nos manda recordar los singulares hechos de la mediación, la crucifixión y la
expiación al participar cada semana de la Santa Cena. Tras escuchar las
oraciones sacramentales participamos del pan y del agua en memoria del cuerpo y
la sangre sacrificada por nosotros, y debemos recordarle y guardar Sus
mandamientos para que siempre podamos tener Su espíritu con nosotros.
Nuestro
Redentor tomó sobre Sí todo pecado, dolencia, padecimiento y enfermedad de los
que han vivido o hayan de vivir32. Nadie ha sufrido jamás lo que él
padeció. Él conoce nuestras pruebas en Su propia carne. Es como intentar
escalar el monte Everest y sólo ascender unos pocos metros. Pero él ha
ascendido los 8.640 metros hasta la cima. Él sufrió más de lo que puede sufrir
hombre alguno.
La
Expiación no sólo beneficia al pecador sino a los ofendidos, es decir, a las
víctimas. Al perdonar a los que pecaren contra nosotros, la Expiación concede
paz y consuelo a los que inocentemente han padecido por los pecados de otros.
El recurso principal para la curación del alma es la expiación de Jesucristo,
tanto si se trata de una tragedia personal como de una terrible calamidad
nacional como la que recientemente hemos padecido en Nueva York; en Washington,
D. C. y cerca de Pittsburg.
Una hermana que había pasado por un
doloroso divorcio escribió sobre cómo cobró fuerzas debido a la
Expiación, y dijo: "Nuestro
divorcio. . . no me liberaba de mi obligación de perdonar. Realmente quería
hacerlo, pero era como si se me hubiera mandado hacer algo para lo que era
incapaz". Su obispo le dio un buen consejo: "Haga sitio en su corazón para el perdón, y cuando éste llegue,
déle la bienvenida". Pasaron muchos meses en los que proseguía su
lucha por perdonar. "Durante
aquellos largos momentos. . . acudí a una fuente de consuelo procedente de mi
amoroso Padre Celestial. Creo que no se quedaba ahí mirándome por no haber sido
todavía capaz de perdonar, sino que más bien se compadecía conmigo mientras yo
sollozaba. . .".
"Finalmente, lo que ocurrió con mi
corazón es para mí una evidencia sorprendente y milagrosa de la Expiación de
Cristo. Siempre había visto la Expiación como un medio de hacer que el
arrepentimiento obrase para el pecador, y no me había dado cuenta de que
también facilita el que el ofendido reciba en su corazón la dulce paz del
perdón"33.
El
ofendido debe hacer todo lo posible para superar sus pruebas, y el Salvador
socorrerá "a los de su pueblo, de
acuerdo con las enfermedades de ellos"34. Él nos ayudará a llevar nuestras cargas.
Algunas
heridas duelen tanto y son tan profundas, que no se pueden curar sin la ayuda
de un poder superior y una
esperanza en la justicia perfecta y la restitución en la vida venidera.
Dado que el Salvador ha padecido todo lo imaginable que nosotros podemos sentir
o experimentar35, él puede ayudar a los débiles a fortalecerse. Él
lo ha experimentado todo, comprende nuestro dolor y caminará a nuestro lado aun
en los momentos más difíciles.
Anhelamos
la bendición máxima de la Expiación: el ser uno con él, estar en Su divina
presencia, ser llamados por nuestro nombre cuando nos dé la bienvenida a casa
con una radiante sonrisa, haciéndonos señas con los brazos abiertos para
circundarnos en Su infinito amor36. ¡Cuán gloriosa y sublime será
esa experiencia si podemos sentirnos lo bastante dignos para estar en Su
presencia! El don gratuito de su gran sacrificio expiatorio es la única forma de
poder recibir la exaltación para estar ante él y verle cara a cara. El
sobrecogedor mensaje de la Expiación es el amor perfecto que el Salvador tiene
por cada uno de nosotros. Se trata de un amor lleno de misericordia, paciencia,
gracia, equidad, longanimidad y, por encima de todo, perdón.
La maligna influencia de Satanás puede
destruir cualquier esperanza que tengamos en vencer nuestros errores.
Nos hace sentir perdidos, desesperanzados. Por
el contrario, Jesús desciende a donde estamos para elevarnos. Mediante el
arrepentimiento y el don de la Expiación podemos prepararnos para ser dignos de
permanecer en Su presencia. De esto testifico en el nombre de Jesucristo. Amén.
1. Véase Mosíah 4:6 –7.
2. Véase Moroni 10:32.
3. Véase 2 Nefi 25:23.
4. 1 Corintios 15:22.
5. Véase la Guía para el Estudio de las
Escrituras, "Expiación", pág. 76.
6. Véase Jacob 4:12.
7. 2 Nefi 25:23; cursiva agregada.
8. Véase "El maravilloso y verdadero
relato de la Navidad", Liahona, diciembre de 2000, pág. 2.
9. Isaías 53:4 –5.
10. Véase 1 Corintios 12:3.
11. "En un lejano cerro fue", Himnos,
119.
12. John Taylor, The
Mediation and Atonement, 1882, pág. 150.
13. D. y C. 19:18.
14. Lucas 22:44.
15. Mateo 26:42.
16. Véase Mateo 26:47 –75; 27:28 –31.
17. Juan 19:19.
18. Mateo 27:46.
19. Véase D. y C. 133:50.
20. Mateo 27:50.
21. Juan 19:34.
22. Mateo 27:51, 54.
23. "Hoy con humildad te pido", Himnos,
102.
24. Véase Juan 15:26.
25. Véase Alma 42:22 –25.
26. Véase 2 Nefi 25:23; Alma 34:15 –16; 42:22
–24; Moroni 10:32 –33.
27. Juan 11:25.
28. Véase Hechos 24:15.