martes, 22 de marzo de 2016

Mi Matrimonio

La prueba de la Expiación se centró en la ciudad de Jerusalén, en donde tuvo lugar el acto mas grande de amor de toda la historia. Partiendo del aposento alto, Jesús y Sus amigos cruzaron el hondo barranco al este de la ciudad y llegaron a un huerto de olivos en las laderas mas bajas del monte de los Olivos. En ese huerto con el nombre hebreo de Getsemaní que significa “prensa de aceite”, se habían aplastado y prensado las aceitunas para hacer aceite y proporcionar alimento. Allí mismo, en Getsemaní, el Señor “sufrió el dolor de todos los hombres, a fin de que todo hombre pudiese arrepentirse y venir a el. Tomó sobre si el peso de los pecados de todo el genero humano, al soportar la carga masiva que hizo que sangrara por cada poro. Mas tarde, fue golpeado y azotado, y se le colocó en la cabeza una corona de espinas como una tortura mas. De mano de Su propio pueblo, fue objeto de mofas y burlas, y padeció toda indignidad. “Vine a los míos”, dijo El, “y los míos no me recibieron”. En lugar de un abrazo caluroso, recibió de ellos un rechazo cruel. Se le obligó a cargar Su propia cruz hasta el cerro del Calvario, en donde fue clavado en aquella cruz y padeció un dolor terrible.
Después dijo El: “Tengo sed”. Para un médico, esa es una expresión significativa, porque sabemos que cuando un paciente entra en estado de choque (shock) por la perdida de sangre, si aún esta consciente, ese paciente invariablemente, con labios resecos y arrugados, pide agua.
Aunque el Padre y el Hijo sabían con anticipación lo que acontecería, la realidad trajo consigo una agonía indescriptible. “Y decía [Jesús], Abba, Padre, todas las cosas son posibles para ti; aparta de mi esta copa; mas no lo que yo quiero, sino lo que tu”. Entonces Jesús cumplió la voluntad de Su Padre. Tres días después, precisamente como lo había profetizado, se levantó del sepulcro. Se convirtió en las primicias de la Resurrección. Había cumplido la Expiación, la cual daría inmortalidad y vida eterna a todo ser humano obediente. Todo lo que se desvió por causa de la Caída se corrigió con la Expiación.
El don de la inmortalidad que nos dio el Salvador es para todos los que han vivido, pero Su don de la vida eterna requiere el arrepentimiento y la obediencia a ciertas ordenanzas y convenios. Hay ordenanzas esenciales en el Evangelio que simbolizan la Expiación. El bautismo por inmersión es simbólico de la muerte, sepultura y resurrección del Redentor. El participar de la Santa Cena renueva los convenios bautismales y también renueva nuestro recuerdo del cuerpo quebrantado del Salvador y la sangre que derramó por nosotros. Las ordenanzas del templo simbolizan nuestra reconciliación con el Señor y sellan a las familias para siempre. La obediencia a los convenios sagrados hechos en el templo nos hace merecedores de la vida eterna: el don mas grande de Dios a la humanidad, “el propósito y finalidad de nuestra existencia”
 
Russel M. Nelson