martes, 18 de marzo de 2014

CÓMO MEJORAR SUS ORACIONES PERSONALES

 Kevin W. PearsonPor el élder Kevin W. Pearson De los Setenta 

Tomado de un discurso pronunciado en la Universidad Brigham Young–Hawai, el 17 de mayo de 2011. Si desea ver el texto completo en inglés, vaya a la página devotional.byuh.edu.

El escuchar sus oraciones personales, ¿qué revelaría en cuanto a ustedes y a su relación con el Padre Celestial?


La invitación divina de orar al Padre en el nombre de Jesucristo es el mandamiento al cual más referencia se hace en todas las Escrituras de las que tenemos un registro y es la forma más básica de adoración personal. A pesar de eso, a muchos de nosotros nos cuesta lograr que la oración personal sea significativa y que sea un medio de revelación.
Estoy convencido de que la oración personal es uno de los desafíos más importantes con que se enfrentan los miembros de la Iglesia, en particular los jovencitos y los jóvenes adultos; y, debido a que tienen dificultad con la oración, luchan con las cosas espirituales.
Nuestras oraciones personales son un barómetro que señala nuestra fortaleza espiritual y una indicación de nuestro bienestar espiritual. Como padre, líder del sacerdocio y presidente de misión, he aprendido que el escuchar con atención las oraciones de otra persona puede revelar mucho acerca de su relación con Dios.
El escuchar sus oraciones personales, ¿qué revelaría en cuanto a ustedes y a su relación con el Padre Celestial? 
El principio de la oración personal
Orar es hablar con Dios, el Padre Eterno de nuestro espíritu; no es hablarle a Él, sino hablar con Él. Él tiene un amor perfecto por cada uno de nosotros y está lleno de misericordia y comprensión. Él sabe todo acerca de nosotros; sabe lo que necesitamos, incluso cuando nosotros sólo vemos aquello que deseamos. Tiene un poder y una capacidad infinitos para sostenernos y guiarnos. Siempre está dispuesto a perdonarnos y a ayudarnos en todas las cosas.
Podemos hablar con el Padre Celestial en voz alta o formando pensamientos y expresiones en nuestra mente y nuestro corazón. Las oraciones personales deben ser expresiones solemnes y sagradas de alabanza y gratitud; peticiones sinceras en cuanto a necesidades y deseos específicos; confesiones y pedidos humildes y contritos para lograr el perdón purificador; ruegos de consuelo, guía y revelación. Estas expresiones a menudo hacen que derramemos nuestra alma ante nuestro amoroso Padre Celestial.
Aunque a veces la oración es una comunicación breve, también puede ser un diálogo abierto y continuo que dure todo el día y toda la noche (véase Alma 34:27). 
La oración personal es imprescindible
En el plan divino de nuestro Padre Celestial, es necesaria la separación física y espiritual de Su presencia. La oración es un vínculo espiritual imprescindible y habilitador entre Dios y el hombre. Sin la oración, no es posible regresar al Padre; sin la oración, es imposible tener fe suficiente para entender y guardar los mandamientos; sin la oración, no tendríamos acceso al poder espiritual que se necesita para evitar la tentación y superar las pruebas y la adversidad; sin la oración, no podemos lograr el arrepentimiento, el perdón y el poder purificador de la Expiación. Con el poder de la oración personal, todo es posible.
La oración hace posible la revelación personal y los dones espirituales por medio del Espíritu Santo. Es el canal espiritual que está a disposición de todos los hijos de Dios, el cual nos proporciona acceso constante a nuestro Padre Eterno, a Su Hijo Amado y al Espíritu Santo. La oración es una evidencia poderosa y convincente de la realidad de Dios, el Eterno Padre. La oración personal es indispensable para entender a Dios y comprender nuestra identidad divina. 
Cómo mejorar sus oraciones 
Prepárense para orar
A menudo las oraciones personales tienen lugar temprano por la mañana, cuando todavía no estamos del todo despiertos y alertas, o tarde por la noche, cuando estamos demasiado cansados para orar eficazmente. La fatiga física, mental y emocional puede impedir que nuestras oraciones sean significativas.
La oración es un trabajo espiritual al cual lo precede la preparación mental y espiritual. Si no nos tomamos el tiempo de humillarnos y considerar cuidadosamente que estamos por invocar a Dios, el Eterno Padre, en el nombre de Jesucristo, pasaremos por alto la verdadera esencia de este modelo divino que se ha establecido con el fin de bendecirnos.
Programen tiempo suficiente para comunicarle al Padre Celestial los deseos más profundos de su corazón con esmero y humildad. Inviten al Espíritu Santo para que los ayude a saber por qué cosas orar. El orar en voz alta me ayuda a dar un enfoque a mis oraciones y a escucharme a mí mismo para no perder la concentración.
Les sugiero que busquen un momento y un lugar donde puedan meditar detenidamente en su vida y sus necesidades. Reflexionen sobre su identidad divina y la relación que tienen con Dios. Esfuércense por imaginarse al Padre Celestial mientras se preparan para hablar con Él. Piensen en el Salvador, en cuyo nombre habrán de orar. El hacer estas cosas los ayudará a concentrarse y a prepararse para orar con un corazón humilde y agradecido. 
Vivan dignamente
No podemos confiar en que contaremos con la influencia del Padre Celestial si no somos moralmente limpios. La pornografía, las transgresiones sexuales y el entretenimiento de cualquier tipo que se burle de la virtud o que promueva la inmoralidad pueden destruir nuestra confianza en la oración y evitar que recibamos impresiones espirituales. Pero recuerden esto: Satanás será el único que les dirá que no pueden o no deben orar. El Espíritu Santo siempre nos insta a orar, incluso si estamos teniendo dificultades con la obediencia y la dignidad personal. 
Oren con un propósito
La oración es indispensable en el proceso de la revelación. Las preguntas inspiradas dan un mayor enfoque, propósito y significado a nuestras oraciones. Si desean recibir más revelación personal mediante sus oraciones, sería bueno que pensaran en las preguntas que hacen. Por lo general, la revelación llega en respuesta a una pregunta. El proceso de la revelación requiere que escudriñemos las Escrituras, que meditemos en ellas y que las apliquemos a nuestra vida; al hacerlo, el Espíritu Santo nos ayudará a formular preguntas inspiradas. 
Alineen su voluntad con la del Padre
En repetidas ocasiones, el Salvador mandó: “siempre debéis orar al Padre en [el] nombre [del Señor]” (3 Nefi 18:19). Cuando oramos en el nombre de Jesucristo significa que “nuestros pensamientos son los pensamientos de Cristo y nuestros deseos también son los de Él… Entonces pedimos cosas que Dios puede concedernos. Muchas oraciones permanecen sin contestar porque no se ofrecen en el nombre de Cristo en absoluto; de ningún modo representan Sus pensamientos, sino que nacen del egoísmo del corazón del hombre” (Diccionario bíblico en inglés, “Prayer” [Oración]). Las oraciones que se ajustan a ese modelo representan la esperanza vana, no la fe.
La oración no es una negociación; es un proceso de concordancia. No tratamos de que Dios acepte nuestro punto de vista. La oración no tiene tanto que ver con cambiar nuestras circunstancias, sino más con producir un cambio en nosotros. Tiene como fin procurar conocer Su voluntad y pedir Su ayuda para hacer lo que debemos. Cuando logramos que nuestra voluntad concuerde con la del Padre Celestial, las respuestas y la fortaleza espiritual vendrán a nosotros con mayor facilidad. El seguir este modelo nos permite orar con fe. 
¿Escuchaba el Padre Celestial mis oraciones?
Hace casi veinte años nació nuestro quinto hijo, Benjamin. Mi esposa sentía que algo no andaba bien con los ojos de Benjamin. Consultamos a un amigo cercano que asistía a nuestro barrio y era especialista en retina; él confirmó nuestras preocupaciones: diagnosticó la condición de Benjamin como retinoblastoma, una forma extraña de cáncer del ojo. La noticia fue devastadora.
Pocas semanas más tarde, Benjamin debía tener el primero de muchos tratamientos quirúrgicos. Antes de la operación, nos reunimos con el cirujano y le dijimos que creíamos que él descubriría que el ojo de Benjamin podría curarse y no habría que extirpárselo. Nuestra familia entera y muchos miembros del barrio estaban ayunando y orando por nuestro hijo, y nosotros teníamos mucha fe en que Benjamin sería sanado.
Una hora después, el cirujano regresó y confirmó que una célula tumoral había destruido el ojo de Benjamin y que el otro ojo también tenía varios tumores graves que necesitaban tratamiento inmediato. Me quedé sin palabras. Completamente abrumado por el dolor y la incredulidad, salí del hospital a la húmeda ciudad de San Francisco y empecé a caminar, llorando amargamente.
Había hecho todo lo que me habían enseñado a hacer. Habíamos orado y recibido la fuerte impresión de que debíamos elegir a ese médico. Habíamos ayunado y orado, y sentíamos la seguridad de que nuestro bebé sería sanado por medio de la fe y del poder del sacerdocio. Aun así, el Señor no había intervenido. Parecía que nuestra fe no había sido más que vana esperanza. Empecé a cuestionar todo lo que siempre había creído. Mientras caminaba, me sentía traicionado y enojado; me sentía abrumado por el dolor.
No me enorgullece la conversación que tuve con el Padre Celestial mientras caminaba y lloraba aquella mañana. Después de un tiempo, logré contener mis emociones. Recuerdo que acudieron a mi mente las palabras de una canción de la Primaria: “Padre Celestial, dime, ¿estás ahí? ¿Y escuchas siempre cada oración?”; pues evidentemente Tú no has escuchado las mías o quizá simplemente no te preocupas mucho por mí y por mi hijo. (“Oración de un niño”, Canciones para los niños, pág. 6.)
En ese momento, recibí una tierna misericordia. En mi mente y mi corazón, sentí estas palabras: “Kevin, él también es Mi hijo”. La claridad de la impresión fue inconfundible. En esa ocasión, me di cuenta de que no había entendido el propósito de la oración en absoluto: había supuesto que el simple hecho de que mi causa fuera justa me permitía usar el sacerdocio, el ayuno y la oración para cambiar la voluntad de Dios.
Por primera vez en mi vida, llegué a darme cuenta de que yo no era el que estaba al mando. Supe que debía someterme a la voluntad del Padre. No podía tener lo que deseaba en el momento y en la forma en que lo deseaba sólo porque estaba guardando los mandamientos. El propósito de la oración no era decirle al Padre Celestial qué tenía que hacer, sino descubrir qué deseaba Él que yo hiciera y aprendiera. Debía alinear mi voluntad con la de Él.
Nos esperaban otros seis años de graves dificultades mientras luchábamos contra la enfermedad de nuestro hijito para salvar su otro ojo y su vida. Pero a partir de aquel momento supe que el Padre Celestial se preocupaba por nosotros y estaba al mando. Independientemente de cómo se resolviera todo al final, Él había escuchado y contestado mi oración. Hoy nuestro hijo milagro se encuentra prestando servicio como misionero de tiempo completo en España.
Tengo pruebas irrefutables en mi vida de que Dios es nuestro amoroso Padre Celestial y que realmente escucha y contesta nuestras oraciones. En la medida en que ustedes continúen aprendiendo y comprendiendo el divino principio de la oración personal, según lo enseñó el Salvador, la oración se convertirá en una fuente de gran fortaleza espiritual y revelación en su vida.