Por el élder Kevin W. Pearson De los Setenta
Tomado de un discurso pronunciado en la Universidad Brigham Young–Hawai, el 17 de mayo de 2011. Si desea ver el texto completo en inglés, vaya a la página devotional.byuh.edu.
El escuchar sus oraciones personales, ¿qué revelaría en cuanto a ustedes y a su relación con el Padre Celestial?
La
invitación divina de orar al Padre en el nombre de Jesucristo es el
mandamiento al cual más referencia se hace en todas las Escrituras de
las que tenemos un registro y es la forma más básica de adoración
personal. A pesar de eso, a muchos de nosotros nos cuesta lograr que la
oración personal sea significativa y que sea un medio de revelación.
Estoy
convencido de que la oración personal es uno de los desafíos más
importantes con que se enfrentan los miembros de la Iglesia, en
particular los jovencitos y los jóvenes adultos; y, debido a que tienen
dificultad con la oración, luchan con las cosas espirituales.
Nuestras
oraciones personales son un barómetro que señala nuestra fortaleza
espiritual y una indicación de nuestro bienestar espiritual. Como padre,
líder del sacerdocio y presidente de misión, he aprendido que el
escuchar con atención las oraciones de otra persona puede revelar mucho
acerca de su relación con Dios.
El escuchar sus oraciones personales, ¿qué revelaría en cuanto a ustedes y a su relación con el Padre Celestial?
El principio de la oración personal
Orar
es hablar con Dios, el Padre Eterno de nuestro espíritu; no es hablarle
a Él, sino hablar con Él. Él tiene un amor perfecto por cada uno de
nosotros y está lleno de misericordia y comprensión. Él sabe todo acerca
de nosotros; sabe lo que necesitamos, incluso cuando nosotros sólo
vemos aquello que deseamos. Tiene un poder y una capacidad infinitos
para sostenernos y guiarnos. Siempre está dispuesto a perdonarnos y a
ayudarnos en todas las cosas.
Podemos
hablar con el Padre Celestial en voz alta o formando pensamientos y
expresiones en nuestra mente y nuestro corazón. Las oraciones personales
deben ser expresiones solemnes y sagradas de alabanza y gratitud;
peticiones sinceras en cuanto a necesidades y deseos específicos;
confesiones y pedidos humildes y contritos para lograr el perdón
purificador; ruegos de consuelo, guía y revelación. Estas expresiones a
menudo hacen que derramemos nuestra alma ante nuestro amoroso Padre
Celestial.
Aunque
a veces la oración es una comunicación breve, también puede ser un
diálogo abierto y continuo que dure todo el día y toda la noche (véase Alma 34:27).
La oración personal es imprescindible
En
el plan divino de nuestro Padre Celestial, es necesaria la separación
física y espiritual de Su presencia. La oración es un vínculo espiritual
imprescindible y habilitador entre Dios y el hombre. Sin la oración, no
es posible regresar al Padre; sin la oración, es imposible tener fe
suficiente para entender y guardar los mandamientos; sin la oración, no
tendríamos acceso al poder espiritual que se necesita para evitar la
tentación y superar las pruebas y la adversidad; sin la oración, no
podemos lograr el arrepentimiento, el perdón y el poder purificador de
la Expiación. Con el poder de la oración personal, todo es posible.
La
oración hace posible la revelación personal y los dones espirituales
por medio del Espíritu Santo. Es el canal espiritual que está a
disposición de todos los hijos de Dios, el cual nos proporciona acceso
constante a nuestro Padre Eterno, a Su Hijo Amado y al Espíritu Santo.
La oración es una evidencia poderosa y convincente de la realidad de
Dios, el Eterno Padre. La oración personal es indispensable para
entender a Dios y comprender nuestra identidad divina.
Cómo mejorar sus oraciones
Prepárense para orar
A
menudo las oraciones personales tienen lugar temprano por la mañana,
cuando todavía no estamos del todo despiertos y alertas, o tarde por la
noche, cuando estamos demasiado cansados para orar eficazmente. La
fatiga física, mental y emocional puede impedir que nuestras oraciones
sean significativas.
La
oración es un trabajo espiritual al cual lo precede la preparación
mental y espiritual. Si no nos tomamos el tiempo de humillarnos y
considerar cuidadosamente que estamos por invocar a Dios, el Eterno
Padre, en el nombre de Jesucristo, pasaremos por alto la verdadera
esencia de este modelo divino que se ha establecido con el fin de
bendecirnos.
Programen
tiempo suficiente para comunicarle al Padre Celestial los deseos más
profundos de su corazón con esmero y humildad. Inviten al Espíritu Santo
para que los ayude a saber por qué cosas orar. El orar en voz alta me
ayuda a dar un enfoque a mis oraciones y a escucharme a mí mismo para no
perder la concentración.
Les
sugiero que busquen un momento y un lugar donde puedan meditar
detenidamente en su vida y sus necesidades. Reflexionen sobre su
identidad divina y la relación que tienen con Dios. Esfuércense por
imaginarse al Padre Celestial mientras se preparan para hablar con Él.
Piensen en el Salvador, en cuyo nombre habrán de orar. El hacer estas
cosas los ayudará a concentrarse y a prepararse para orar con un corazón
humilde y agradecido.
Vivan dignamente
No
podemos confiar en que contaremos con la influencia del Padre Celestial
si no somos moralmente limpios. La pornografía, las transgresiones
sexuales y el entretenimiento de cualquier tipo que se burle de la
virtud o que promueva la inmoralidad pueden destruir nuestra confianza
en la oración y evitar que recibamos impresiones espirituales. Pero
recuerden esto: Satanás será el único que les dirá que no pueden o no
deben orar. El Espíritu Santo siempre nos insta a orar, incluso si
estamos teniendo dificultades con la obediencia y la dignidad personal.
Oren con un propósito
La
oración es indispensable en el proceso de la revelación. Las preguntas
inspiradas dan un mayor enfoque, propósito y significado a nuestras
oraciones. Si desean recibir más revelación personal mediante sus
oraciones, sería bueno que pensaran en las preguntas que hacen. Por lo
general, la revelación llega en respuesta a una pregunta. El proceso de
la revelación requiere que escudriñemos las Escrituras, que meditemos en
ellas y que las apliquemos a nuestra vida; al hacerlo, el Espíritu
Santo nos ayudará a formular preguntas inspiradas.
Alineen su voluntad con la del Padre
En repetidas ocasiones, el Salvador mandó: “siempre debéis orar al Padre en [el] nombre [del Señor]” (3 Nefi 18:19).
Cuando oramos en el nombre de Jesucristo significa que “nuestros
pensamientos son los pensamientos de Cristo y nuestros deseos también
son los de Él… Entonces pedimos cosas que Dios puede concedernos. Muchas
oraciones permanecen sin contestar porque no se ofrecen en el nombre de
Cristo en absoluto; de ningún modo representan Sus pensamientos, sino
que nacen del egoísmo del corazón del hombre” (Diccionario bíblico en
inglés, “Prayer” [Oración]). Las oraciones que se ajustan a ese modelo
representan la esperanza vana, no la fe.
La
oración no es una negociación; es un proceso de concordancia. No
tratamos de que Dios acepte nuestro punto de vista. La oración no tiene
tanto que ver con cambiar nuestras circunstancias, sino más con producir
un cambio en nosotros. Tiene como fin procurar conocer Su voluntad y
pedir Su ayuda para hacer lo que debemos. Cuando logramos que nuestra
voluntad concuerde con la del Padre Celestial, las respuestas y la
fortaleza espiritual vendrán a nosotros con mayor facilidad. El seguir
este modelo nos permite orar con fe.
¿Escuchaba el Padre Celestial mis oraciones?
Hace
casi veinte años nació nuestro quinto hijo, Benjamin. Mi esposa sentía
que algo no andaba bien con los ojos de Benjamin. Consultamos a un amigo
cercano que asistía a nuestro barrio y era especialista en retina; él
confirmó nuestras preocupaciones: diagnosticó la condición de Benjamin
como retinoblastoma, una forma extraña de cáncer del ojo. La noticia fue
devastadora.
Pocas
semanas más tarde, Benjamin debía tener el primero de muchos
tratamientos quirúrgicos. Antes de la operación, nos reunimos con el
cirujano y le dijimos que creíamos que él descubriría que el ojo de
Benjamin podría curarse y no habría que extirpárselo. Nuestra familia
entera y muchos miembros del barrio estaban ayunando y orando por
nuestro hijo, y nosotros teníamos mucha fe en que Benjamin sería sanado.
Una
hora después, el cirujano regresó y confirmó que una célula tumoral
había destruido el ojo de Benjamin y que el otro ojo también tenía
varios tumores graves que necesitaban tratamiento inmediato. Me quedé
sin palabras. Completamente abrumado por el dolor y la incredulidad,
salí del hospital a la húmeda ciudad de San Francisco y empecé a
caminar, llorando amargamente.
Había
hecho todo lo que me habían enseñado a hacer. Habíamos orado y recibido
la fuerte impresión de que debíamos elegir a ese médico. Habíamos
ayunado y orado, y sentíamos la seguridad de que nuestro bebé sería
sanado por medio de la fe y del poder del sacerdocio. Aun así, el Señor
no había intervenido. Parecía que nuestra fe no había sido más que vana
esperanza. Empecé a cuestionar todo lo que siempre había creído.
Mientras caminaba, me sentía traicionado y enojado; me sentía abrumado
por el dolor.
No
me enorgullece la conversación que tuve con el Padre Celestial mientras
caminaba y lloraba aquella mañana. Después de un tiempo, logré contener
mis emociones. Recuerdo que acudieron a mi mente las palabras de una
canción de la Primaria: “Padre Celestial, dime, ¿estás ahí? ¿Y escuchas
siempre cada oración?”; pues evidentemente Tú no has escuchado las mías o
quizá simplemente no te preocupas mucho por mí y por mi hijo. (“Oración
de un niño”, Canciones para los niños, pág. 6.)
En
ese momento, recibí una tierna misericordia. En mi mente y mi corazón,
sentí estas palabras: “Kevin, él también es Mi hijo”. La claridad de la
impresión fue inconfundible. En esa ocasión, me di cuenta de que no
había entendido el propósito de la oración en absoluto: había supuesto
que el simple hecho de que mi causa fuera justa me permitía usar el
sacerdocio, el ayuno y la oración para cambiar la voluntad de Dios.
Por
primera vez en mi vida, llegué a darme cuenta de que yo no era el que
estaba al mando. Supe que debía someterme a la voluntad del Padre. No
podía tener lo que deseaba en el momento y en la forma en que lo deseaba
sólo porque estaba guardando los mandamientos. El propósito de la
oración no era decirle al Padre Celestial qué tenía que hacer, sino
descubrir qué deseaba Él que yo hiciera y aprendiera. Debía alinear mi
voluntad con la de Él.
Nos
esperaban otros seis años de graves dificultades mientras luchábamos
contra la enfermedad de nuestro hijito para salvar su otro ojo y su
vida. Pero a partir de aquel momento supe que el Padre Celestial se
preocupaba por nosotros y estaba al mando. Independientemente de cómo se
resolviera todo al final, Él había escuchado y contestado mi oración.
Hoy nuestro hijo milagro se encuentra prestando servicio como misionero
de tiempo completo en España.
Tengo
pruebas irrefutables en mi vida de que Dios es nuestro amoroso Padre
Celestial y que realmente escucha y contesta nuestras oraciones. En la
medida en que ustedes continúen aprendiendo y comprendiendo el divino
principio de la oración personal, según lo enseñó el Salvador, la
oración se convertirá en una fuente de gran fortaleza espiritual y
revelación en su vida.